Un helado día de hace algunos años encontré una billetera en
la calle. No contenía identificación alguna, solo tres dólares y una carta
arrugada que parecía haber estado guardada allí durante mucho tiempo. Lo único
legible en el sobre roto era la dirección del remitente. Abrí la carta y vi que
había sido escrita en 1924, casi 60 años atrás. La leí con cuidado, con la
esperanza de encontrar una pista sobre la identidad del dueño de la billetera.
Era una carta de despedida. La escritora, con caligrafía delicada, le decía al
destinatario, cuyo nombre era Michael, que su madre le había prohibido volver a
verlo. Sin embargo, ella siempre lo amaría. La firmaba Hannah. Era una hermosa
carta. Pero no había manera, más del nombre Michael, de identificar al propietario.
Así que decidí llamar a Informaciones para ver si podían ayudarme.
- Operadora, esta es una petición un poco rara. Estoy tratando
de localizar al dueño de una billetera que acabo de encontrar. ¿podría darme el
número telefónico de la dirección escrita en una carta que estaba en la
billetera?
La operadora me comunicó con su jefa, quien me dijo que había
un teléfono listado para esa dirección pero que no podía darme el número. Sin
embargo, ella llamaría y explicaría la situación. Entonces, si la persona quería
hablar, me comunicaría. Esperé unos minutos y ella volvió a la línea.
- Una mujer quiere hablar con usted. Le pregunté a la mujer si
conocía a alguien llamada Hannah.
- iPor supuesto! Le compramos esta casa a la familia de
Hannah.
- ¿Sabe usted dónde podrían estar ahora? -pregunté.
- Hannah tuvo que llevar a su madre a un asilo de ancianos
hace tiempo. Tal vez allí podrían ayudarlo a localizar a la hija.
La mujer me dio el nombre de la residencia de ancianos. Llamé
y me enteré de que la madre de Hannah había muerto. La mujer que habló conmigo
me dio una dirección en la que pensaba podría localizar a Hannah. Llamé por
teléfono. La mujer que contestó me explicó que ahora Hannah estaba viviendo en
un hogar de ancianos. Me dio el número. Llamé y me confirmaron que Hannah
estaba en ese sitio. Pregunté si podía ir a verla. Eran casi las 10 de la
noche. El director me dijo que Hannah podría estar dormida
-Pero tal vez la encuentre en la sala de actividades viendo
televisión.
El director y un guardia de seguridad me recibieron en la
puerta de la residencia. Subimos al tercer piso y vimos a la enfermera, quien
nos dijo que Hannah estaba, de hecho, viendo televisión. Entramos a la sala de
actividades. Hannah era una dulce ancianita de pelo plateado, con una cálida
sonrisa y ojos amistosos. Le hablé de la billetera y le mostré la carta. Al
instante de verla, respiró profundamente.
- Joven -dijo-, esta carta fue el último contacto que tuve con
Michael. - Desvió la mirada y continuó-: Yo lo quería mucho. Pero apenas tenía
16 años y mi madre consideraba que yo era demasiado joven. Él era muy buen
mozo. Como Sean Connery, el actor.
Nos reímos. Entonces el director nos dejó solos.
- Sí, se llamaba Michael Goldstein. Si lo encuentra, dígale
que sigo pensando en él con frecuencia. Nunca me casé -dijo, sonriendo a través
de las lágrimas que brotaban de sus ojos-. Creo que nadie jamás igualó a
Michael.
Le di las gracias, me despedí y tomé el ascensor hasta el
primer piso. Mientras estaba en la puerta, el guardia de seguridad me preguntó:
- ¿Pudo ella ayudarlo?
Le dije que me había dado una pista.
- Por lo menos tengo el apellido. Pero es probable que
abandone la pesquisa durante un tiempo.
Le conté que había pasado todo el día tratando de encontrar al
dueño de la billetera. Mientras hablábamos, saqué el estuche de piel marrón con
cordones rojos y se lo mostré. Él lo miró y dijo:
- Oiga, reconocería esa billetera en cualquier parte. Es del señor
Goldstein. Siempre la pierde.
- ¿Y quién es el señor Goldstein? -pregunté yo.
- Es uno de los veteranos del octavo piso. Él sale a caminar
con frecuencia. Le di las gracias y me dirigí corriendo hacia la oficina del
director para contarle lo que había dicho el guardia. Me acompañó hasta el
octavo piso. Oré porque el señor Goldstein aún estuviera despierto.
- Creo que todavía está en la sala de actividades -dijo la
enfermera-. Le gusta leer a la noche. Nos dirigimos hacia la única habitación
que tenía las luces encendidas; allí había un hombre leyendo un libro. El
director le preguntó si había perdido su billetera. Michael Goldstein levantó
la vista, sintió su bolsillo trasero y luego dijo:
- Dios mío, no está. En cuanto la vio, sonrió, visiblemente aliviado.
- Sí -dijo-, esa es. Seguramente se me cayó esta tarde. Déjeme
darle una recompensa.
- No, gracias -dije-. Pero debo contarle algo. Leí la carta
con la esperanza de descubrir quién era el dueño de la billetera.
La sonrisa desapareció de su rostro.
- ¿Leyó usted la carta?
- No sólo la leí, creo saber dónde se encuentra Hannah.
Él palideció.
- ¿Hannah? ¿sabe usted dónde está? ¿cómo está? ¿sigue tan
hermosa como antes?
Vacilé.
- iDígame! -urgió Michael.
- Ella está bien y es tan bonita como cuando usted la conoció.
- ¿Podría decirme dónde está? Quiero llamarla mañana.
Me tomó la mano y dijo:
- ¿Sabe algo? Cuando llegó la carta, mi vida terminó. Nunca me
casé. Creo que siempre la he amado.
- Michael-le dije-. Venga.
Los tres tomamos el ascensor hasta el tercer piso. Caminamos
hacia la sala de actividades, donde se encontraba sentada Hannah, aún viendo la
televisión. El director se acercó a ella.
- Hannah -dijo en voz baja-. ¿conoce usted a este hombre?
Michael y yo nos quedamos esperando en la puerta. Ella se
ajustó los anteojos, miró por un momento pero no dijo nada.
- Hannah, soy Micha el. Michael Goldstein. ¿Te acuerdas?
- ¿Michael? ¿Michael? iEres tú!
Él caminó lentamente hacia ella. Ella se puso de pie y se
abrazaron. Los dos se sentaron en un sofá, se tomaron de las manos y comenzaron
a hablar. El director y yo salimos, ambos llorando.
- Hay que ver cómo trabaja Dios le dije-. Si ha de ser, será.
Tres semanas después, recibí un llamado del director:
- ¿Puede escaparse el domingo para asistir a un casamiento?
-preguntó, y sin esperar mi respuesta, agregó-: Sí, iMichael y Hannah se casan!
Fue una boda preciosa; todas las personas de la residencia de
ancianos asistieron a la celebración. El hogar les dio una habitación para los
dos y, si alguna vez se imaginó ver a una novia de 76 años y un novio de 78,
como dos adolescentes, tendría que haber visto a esta pareja. Un final perfecto
para una historia de amor que duró casi 60 años.
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